El amor, un estado tan profundo y multifacético, ha sido objeto de estudio, poesía y reflexión a lo largo de la historia. Pero ¿qué pasaría si existiera una “ley” que rige al maravilloso universo y fuera la del amor? En estas palabras, te invito a que me acompañes mientras desarrollo la ley del amor, facilitándote claridad energética.
Por favor no concibas la ley del amor como un conjunto de reglas estrictas, sino como principios que nos guían en nuestras experiencias y en la búsqueda de una conexión autentica con nuestra propia esencia. Desde la empatía y la comunicación hasta el respeto y la confianza, cada uno de estos elementos juega un papel crucial en la construcción de la relación más significativa que experimentaremos con nosotros mismos. Acompáñame en este viaje para descubrir cómo aplicar los principios en nuestra vida diaria y como el amor puede transformar no solo nuestra relación con nosotros mismos, si no también nuestra propia existencia.
La ley del amor se basa en un único principio fundamental: la fidelidad a tu propio sentir. Sin embargo, nuestra sociedad, desde que comenzamos a absorber información, nos enseña a confundir lo que realmente sentimos con lo que queremos. Por ejemplo, cuando éramos pequeños y llorábamos porque no queríamos dejar de jugar, porque no queríamos bañarnos, dormir o simplemente porque nos sentíamos abrumados, en el mejor de los casos, nuestros padres o cuidadores lograban convencernos ofreciéndonos algo que nos gustaba, como un juguete, o una historia emocionante. Sin embargo, en el peor de los casos, la situación se tornaba más complicada y terminábamos enfrentándonos a una especie de ultimátum. Estas situaciones, en las bien intencionadas, pueden dificultar nuestra comprensión del amor con la satisfacción inmediata y la diversión, en las mal intencionadas niegan la comprensión del amor por la impotencia constante y la frustración. En lugar de ayudarnos a reconocer que la vida implica compromiso, esfuerzo y la capacidad de enfrentar momentos difíciles. Desde una edad temprana, se nos enseña a priorizar las expectativas externas sobre nuestros propios deseos. Esto se manifiesta en diversas situaciones a lo largo de la vida, como en la adolescencia, muchos jóvenes sienten la presión de encajar en grupos sociales, lo que puede llevarlos a comprometer sus propios sentires y pasiones en favor de la aceptación de los demás, estas dinámicas suelen crear confusiones en lo que significa amarse, amar y ser amado. Otro ejemplo que podemos observar en las relaciones “románticas”. A menudo, la cultura popular nos presenta el amor como una emoción intensa y apasionada, donde la atracción física y la euforia son los principales indicadores de una conexión autentica. Además, en la amistad, podemos ver como a veces confundimos la compañía y la diversión con una conexión profunda. Es fácil disfrutar de momentos alegres con alguien y pensar que eso es amor. Además, en el ámbito familiar, muchas veces se espera que los hijos sigan los caminos que sus padres han trazado para ellos, lo que puede llevar a una desconexión entre sus sentires y las expectativas familiares. Por lo tanto, es esencial que aprendamos a distinguir entre lo que queremos en el momento y lo que realmente sentimos en lo profundo de nuestro ser.
Nuestro espíritu se expresa constantemente en nosotros a través del cuerpo físico, mental, emocional y espiritual.
El cuerpo físico es una compleja estructura compuesta por diversos sistemas que trabajan en conjunto para mantener la vida de la personalidad. A través de nuestro cuerpo físico, nos movemos e interactuamos con el mundo que nos rodea. Todo lo material que envuelve a nuestra personalidad, incluyendo nuestros gustos y preferencias, conforma nuestro entorno físico, material y orgánico.
Las sensaciones actúan como el puente de comunicación entre el espíritu y el cuerpo físico. Entre los numerosos receptores y emisores que poseemos, los más conocidos son los ojos, que nos permiten ver; la piel, que nos brinda el sentido del tacto; los oídos, que nos permiten escuchar; la lengua, que es fundamental para el sentido del gusto; y la nariz, que se encarga del sentido del olfato.
Cada información que recibimos a través de nuestros sentidos provoca una sensación. Esta sensación, a su vez, se transforma en emoción en un órgano vital e importante para nuestra existencia: el corazón. Es cierto que cualquier ser vivo puede experimentar daños en uno o varios órganos, lo que puede limitar o privar de algunos de los sentidos mencionados. Sin embargo, el corazón es un órgano indispensable; sin él, no podríamos vivir, ya que es el motor que bombea sangre a nuestro sistema circulatorio, nutriendo y oxigenando nuestras células, además de facilitar la eliminación de desechos.
Nuestras sensaciones físicas son un reflejo profundo de los propósitos que nos hacen sentir. Actúan como un canal de comunicación con nuestro espíritu, permitiéndonos expandir la luz en nuestras vidas y en nuestro entorno. Este proceso facilita la liberación de la densidad que a veces nos rodea, promoviendo un estado de bienestar tanto interno como externo. En resumen, el cuerpo físico no solo es un vehículo para la vida, sino también un medio para experimentar y conectar con nuestra esencia más profunda.
El cuerpo mental es el medio a través del cual interpretamos los acontecimientos de la vida. A través de él, conectamos y analizamos conceptos sobre lo que consideramos bueno o malo para nosotros y nuestro entorno. Nuestra mente almacena una vasta cantidad de información que procesamos mediante pensamientos, lo cual es esencial para el desarrollo adecuado de nuestro intelecto y, en última instancia, para la fluidez de nuestra vida.
Si las personas no tienen la oportunidad de aprender, o si teniendo esa oportunidad no la aprovechan, su intelecto puede verse limitado, afectando negativamente su desarrollo personal, para identificar, trascender o sanar, creencias y patrones que nos afecten negativamente. Por el contrario, aquellos que adoptan una actitud proactiva hacia el aprendizaje y se comprometen con él mantienen un intelecto lúcido y despierto, lo cual es crucial para su crecimiento continuo, como para la identificación, trascendencia o sanación de las creencias y los patrones que haya adquirido en la vida.
El vínculo entre el espíritu y el cuerpo mental se manifiesta a través de la atracción. Esta atracción nos permite procesar, gracias a nuestro intelecto, la información que recibimos sobre aquello que nos atrae o repele y acorde a ello iniciamos, continuamos o finalizamos las maravillosas experiencias de la vida que tanto nos enseñan. Así como en el cuerpo físico experimentamos sensaciones, en nuestro cuerpo mental experimentamos estas atracciones y repulsiones que terminan también calando en nuestro corazón transformándose en sentimientos los cuales nos aportan la conciencia del agrado y desagrado interior de aquello que nos atrae y repele. Es cuando cobra importancia el intelecto, ya que dependemos totalmente de el para poder identificar si la atracción es propia de las creencias y patrones que construimos para proteger nuestra vulnerabilidad y no avanzar, o simplemente se trata de aquellas experiencias y relaciones que nos van a enseñar para bien o no tan bien una gran e importante lección para nuestras vidas. Y de la misma perfección que parte el universo, aquellas personalidades atascadas por su intelecto y el miedo a ser vulnerables repetirán tantas veces necesites hasta hartarse de la misma situación y relación.
El objetivo en esta instancia es mantenernos alineados con una guía clara que favorezca la evolución de nuestro espíritu. Al comprender y gestionar nuestras atracciones y repulsiones mentales, podemos avanzar en nuestro camino espiritual con mayor claridad energética.
El Cuerpo Emocional es una dimensión del ser humano que, al igual que el profundo océano, sigue siendo una de las áreas menos exploradas y comprendidas. A pesar de su complejidad, desempeña un papel crucial en nuestra experiencia humana. En este cuerpo emocional residen nuestros sentimientos, que pueden ser tanto un bálsamo revitalizante como un océano profundo y tenebroso. Estos sentimientos emergen de la interacción de nuestra personalidad con la vida y sus relaciones, guiándonos hacia una existencia más armoniosa.
El vínculo entre el espíritu y nuestro cuerpo emocional se manifiesta a través de la intuición. Esta conexión intuitiva nos permite reconocer, gestionar y expresar nuestros sentimientos de manera efectiva. Al hacerlo, atraemos a personas y situaciones que conforman un entorno emocional propicio para nuestro aprendizaje y evolución personal.
Comprender y trabajar con nuestro cuerpo emocional es esencial para nuestro desarrollo integral. Al aprender a navegar por nuestras emociones con sabiduría e intuición, podemos crear un mundo sentimental que no solo refleje nuestras aspiraciones más profundas, sino que también nos impulse hacia un crecimiento continuo. Este proceso nos ayuda a establecer relaciones más auténticas y significativas, fomentando así una vida plena y equilibrada.
El Cuerpo Espiritual es el núcleo de nuestra esencia, donde reside la energía vital que define nuestra personalidad. Cada individuo posee su propio «chi» o fuerza vital, la cual puede aumentar, bloquearse o disminuir dependiendo de cuán fieles seamos a nuestro verdadero sentir.
La comunicación entre el espíritu y nuestro cuerpo energético se realiza a través de las percepciones. Estas percepciones son informaciones sutiles que llegan a nosotros, incluso cuando nuestros sentidos físicos no pueden captarlas directamente. Un ejemplo claro es el aire: aunque no lo veamos, sabemos que existe y es fundamental para nuestra vida. De manera similar, las percepciones espirituales nos brindan una comprensión más profunda de nuestra existencia.
Estas percepciones nos ofrecen perspectivas valiosas y fomentan la autoconciencia sobre quiénes somos, dónde estamos y hacia dónde nos dirigimos en nuestro viaje espiritual. Aunque no siempre podemos identificar una fuente exacta para estas percepciones, su impacto en nuestra vida es innegable. Nos ayudan a alinearnos con nuestro propósito más elevado y a vivir de manera auténtica y consciente.Desarrollar una conexión más profunda con nuestro cuerpo espiritual implica abrirnos a estas percepciones y permitir que guíen nuestras decisiones y acciones. Al hacerlo, podemos experimentar un sentido renovado de claridad y dirección en nuestras vidas, avanzando con confianza hacia un futuro lleno de posibilidades espirituales.
La conclusión de esta breve explicación sobre los cuerpos que componen nuestras personalidades pretende transmitir un mensaje claro: todas las personas contamos con un complejo mecanismo en el cual nuestros sentidos aportan sensaciones que culminan en emociones. De igual manera, la mente, a través de las atracciones, acaba generando emociones, e incluso las percepciones del cuerpo espiritual nos provocan emociones.
Sin embargo, las sensaciones físicas también pueden nacer de atracciones mentales o percepciones espirituales, al igual que las atracciones pueden provocar sensaciones y percepciones espirituales. A su vez, las percepciones despiertan sensaciones y atracciones que terminan convirtiéndose en sentimientos que debemos gestionar en nuestro cuerpo emocional. Si además le añadimos la ausencia de dignidad emocional en nuestra sociedad, comprenderemos por qué nos acostumbramos a gustar de lo que nos daña, lo que araña el alma y dispersa cualquier objetivo.
Es fundamental entender que cada herida mental, física, emocional y espiritual es creada desde la carencia de compromiso con ser fieles a lo que sentimos, la única base que fundamenta la ley del amor. Por eso, a veces crecer, evolucionar, sanar, encontrar paz y brillar parece algo muy complicado. Cada disgusto, sufrimiento, angustia, incertidumbre, quiebre y malestar en cada uno de nuestros cuerpos, o en la totalidad del ser que somos, surge por elegir no perder la posesión de algo o alguien antes que escuchar y ser fieles a la, y repito, única base en la que se fundamenta la ley del amor.
Por ejemplo, ¿cuántas personas en el amor se sienten abusadas o sin ser prioridad y, en vez de identificarlo, gestionarlo y expresarlo, lo omiten para no perder la confianza o el respeto de alguien externo? Para ello, inconscientemente y por «amor a la educación recibida e impregnada», prefieren faltarse a sí mismas la confianza y el respeto. En cuántos casos se puede incluso verbalizar, pero de nuevo, por el «amor a la educación recibida», nos vemos compitiendo y rivalizando sobre cuál sentimiento o punto de vista es mejor… Hasta que la energía dominante de una de las dos personas que conforman una relación termina sometiendo a la otra a sus gustos y necesidades.
Nos han enseñado muy, pero muy bien, y así nos encargamos de que las siguientes generaciones continúen aprendiendo a desechar lo que sentimos: para divertirnos, para no llorar, para poder continuar hacia adelante, para que no duela el cuerpo, la cabeza o el alma, para que las emociones nos permitan levantarnos de la cama, para que papá no llore y mamá no se sienta mal, para no perder el trabajo, el día de fiesta o, simplemente, para tener la fiesta en paz. Nos abandonamos a la suerte del mal y a la ausencia de la verdadera paz.
Es esencial resaltar la importancia de escucharnos activamente en nuestro interior. A menudo, nos sorprende darnos cuenta de cuántas veces nos encontramos en lugares donde no deberíamos estar, realizando actividades que no nos corresponden y comportándonos de maneras que no reflejan nuestra verdadera esencia. Este modo de sobrevivir puede llevarnos al límite, empobreciéndonos y, en ocasiones, culpando a los demás por la entrega de nuestro poder personal a las circunstancias de nuestras experiencias en la vida.
Existen innumerables testimonios de personas que, al sentir detenerse en su camino o retroceder, han logrado evitar situaciones desastrosas. Otras han encontrado la salvación al sentir salir de lugares que ya no les servían. A través de nuestras sensaciones, percepciones, atracciones y repulsiones, así como de nuestras intuiciones, somos guiados y protegidos por seres de luz y amor que comparten esta experiencia con nosotros. Estos seres, a quienes llamamos ángeles de la guarda, arcángeles, guías familiares y universales, los nombramos de muchas maneras. Sin embargo, son mucho más que un simple nombre; con humildad, reconocen nuestra esencia y nos ven como iguales.
Ellos comprenden la difícil tarea de encontrarnos y sentirnos en este mundo físico. Saben lo fácil que es perderse en la materia y lo complicado que puede ser liberarse de ella, incluso más allá de la vida, ya que muchos de ellos también han pasado por experiencias similares. Nos acompañan y guían, siempre que nuestra personalidad lo permita, junto a nuestro propio Espíritu.
¿Cómo podemos facilitar esta conexión?
Abriéndonos a la fe, a la voluntad y a la intención de purificar nuestros pensamientos, sentimientos, acciones e ideologías que limitan nuestra realización y satisfacción personal. Al hacerlo, permitimos que surjan pensamientos, sentimientos y acciones que expanden nuestra esencia y nos acercan a nuestra verdadera realización. Así, mantenemos viva la conexión con nuestro espíritu y con todo nuestro hogar universal.
Es importante reconocer que, en última instancia, nadie y nada fuera de nosotros puede conocer nuestras experiencias y sentimientos tan profundamente como nosotros mismos. Por esta razón, la capacidad de identificar, gestionar y expresar nuestras emociones se convierte en una herramienta esencial para nuestro crecimiento personal. Al desarrollar una mayor conciencia emocional, no solo nos entendemos mejor a nosotros mismos, sino que también establecemos una conexión más auténtica con nuestro espíritu.
Este proceso de autoconocimiento y expresión de nuestro propio Ser nos brinda acceso a la esencia misma de la maravillosa ley del amor. El amor verdadero comienza desde adentro; es un reflejo de cómo nos sentimos con nosotros mismos y cómo gestionamos nuestras emociones. Al aprender a amar y aceptar nuestras propias vivencias, creamos un espacio propicio para cultivar relaciones más sanas y significativas con quienes nos rodean.
En resumen, al profundizar en nuestro sentir, no solo fortalecemos nuestra relación con nosotros mismos, sino que también abrimos las puertas a un amor más genuino y enriquecedor.
¿Comenzamos?